domingo, 20 de septiembre de 2009

El difunto


Se había muerto a las ocho de la mañana de aquel día del mes de agosto del año 1962. Habían transcurrido muchos años y todavía quedaba el recuerdo latente en mi pensamiento de aquel muerto. Cuando le avisaron a mi madre que el mudo hijo de una pariente, la madre de María la de Julio, rápido dejo de hacer los quehaceres de la casa para disponerse a cumplir con esa persona.
_Hay que ir al velorio me dijo mi madre que sabía yo odiaba ir a visitar muertos y tumbas. Me miro de momento con una mirada inquisitoria, mientras yo pensaba por dentro que ella, mi madre no se perdía una fiesta de muertos o un velorio, o como se le quiera llamar. Pero no compartía ese placer de ir a dar el pésame precisamente ese día en que estaba el muerto allí en presencia. no me gustaba el olor a muerto y los claveles que le ponían encima de la caja como adornos y las coronas con lazos morados y letras en plata que enviaban algunas personas Tampoco me gustaba el olor de las azucenas .
Digo una fiesta de muertos porque la gente se amanece dizque acompañando el difunto, Dándole apoyo moral a los familiares que están desconsolados sentados alrededor del muerto. Allí se colocaban las sillas que rentaban en Blandino, un negocio que existía en Santo Domingo para esa época en donde se alquilaban todo tipo de sillas y mesas. .Las sillas se colocaban en forma de ritual cerca de la caja del finado.
El difunto Manuel Julio Bodegal, no se porque era mudo. si era de nacimiento, o por enfermedad, pero había algo más en él que me asustaba. Cuando mi madre me llevaba a visitar aquella casa regresaba cargada de conconetes y masitas de coco que hacía la madre del mudo
Doña Chencha tenía una fabrica de conconetes. Estos los vendían por las tardes en una mesa que colocaban en la puerta . de la casa .Allí ella se sentaba por ratos y con una latita donde echaba el dinero. De esa manera y dependiendo de un par de muchachos que salían con una bandeja por toda Villa Consuelo a vender los conconetes de Chencha como eran reconocidos.
Yo no quería ir al mortuorio pero pensé en los conconetes y el chocolate que no faltaría en esa noche. Me puse mi falda negra y mi suéter blanco y mi madre que parecía otra difunta de tan flaca que estaba se vistió de negro. Cuando llegamos Doña Chencha estaba dando gritos cada vez que veía entrar a alguien y no atinaba a terminar de arreglar al muerto. Lo tenían todavía en la cama y le bañaban con agua florida y parecía un muñeco de trapo desmongao ya lo tiraban de un lado para otro y la cabeza monga. Allí estaba dona Rita la vecina tratando de limpiar la sala de la casa que parecía que hacía años no le pasaban una escoba. Las telas de araña por todas partes y los rincones llenos de basuritas. Se alquilaron sillas para los deudos y una batea de hielo que también trajeron para ponerla debajo del ataúd del difunto.
Yo estaba en una esquina medio asustada pues apenas tenía nueve años pero ya sabía bastante de difuntos y entierros porque mi madre como ya he dicho. Era fanática de los muertos , responsable decía ella en la amistad y en la enfermedad y cuando alguien moría ella se hacía presente con las flores el te de jengibre y las galletitas con queso para los que amanecían.
Habían traído la caja para el muerto de madera sin mucho lujos porque eran pobres y allí cotejaron el difunto con sabanas blancas y un traje negro que compraron de medio uso en un pulguero porque Manuel Julio en vida nunca supo lo que era un flu. No tenía zapatos de manera que le taparon las piernas y lo pusieron todo lo hermoso que el nunca había sido. Si llegara a despertar y verse se asustaría confundiéndose con otra persona y a lo mejor saldría hablando. Doña Chencha no hacía más que llorar y caer en ataques por la perdida de su pobre hijo.
El difunto tenía sesenta años, así que estaba pago para lo que él hacía decían algunos deudos. El mudo se sentaba horas eternas en una mecedora en la puerta de la casa y conocía a titirimundachi que pasara por allí y lo saludaban.
Cuando el barrio se enteró de su muerte hacían filas para pasar frente al ataúd. Si es por lagrimas el hijo de Chencha sería millonario, porque allí se lloró más que la catarata del Niagara desbordándose y el río amazonas se quedo corto de tantas personas llorando que se congregaron a darle su último adiós al finado.
Don Cipriano el marido de Chencha tenía un jumo de cuadritos porque no dejaba descansar la botella y en el bolsillo del saco tenía una chata de Bermúdez que no la dejaba terminar. Iba a la habitación y yo le seguí a ver que hacía y vi que debajo de la colchoneta tenía un pote de ron con el que llenaba la chata. Me alcanzó a ver y me dijo mira muchacha del diablo cierra el pico, ¡cuidado si tu dices algo! yo salí como loca a esconderme al lado de mi madre.
Mirian y Julia las sobrinas del difunto no querían ir a cumplir con el muerto, pero eran unas hipócritas llegaron allí a la fuerza por el que dirán y lloraron lagrimas de cocodrilo empujadas por su madre que era hermana del difunto.
Se empezaron a formar grupitos de los vecinos y familiares tan pronto se aplaco la gritería.
Pero no pasaba mucho rato cuando dos mujeronas voluptuosas moviendo las caderotas en cadencia con el fondilla bien grande. Se trataba de unas mulatas con pañuelos en la cabeza y vestidas de blanco como santeras se sentaron frente al difunto y todo el mundo se preguntaban quienes eran porque en verdad allí nadie las conocía, caían de vez en cuando en una gritería que se escuchaba en la esquina. La otra se despatillaba y caía con un ataque ¡hay, hay no puedo! ¡llevame contigo Manuel Julio mi hermano! ¡hay gran poder de Dios llevalo al cielo! y caía de nuevo en otro ataque de llanto. Esas mujeres lloraban por paga y aparecían en todos los velorios del barrio . De manera que negociaban el llorao. Ellas tenían varias tarifas y montaban el espectáculo por una cantidad negociada con los familiares para hacer mas trágico y emocional el velorio.
Ya comenzaba a caer la tarde y no cabía mas gente dentro de la casa. El perfume de los nardos y las azucenas se juntaba con el olor a tabaco, el agridulce de la gente que llegaba sudada y la falta de desodorante, hasta en la acera había sillas.
Eran las ocho de la noche cuando llego Chocueca el Zacatecas como le decían y preguntó con su voz en tono ronca una voz de ultratumba. Saludo me pueden decir quien es la dueña de la casa y como se llamaba el muerto? luego se acercó a Chencha a darle el pésame y ofrecer su servicio en el cementerio con las flores y se dedicó a ayudar como acostumbraba en cada una de las casas que había un muerto. Luego iba por la parte atrás de las casas a pedir la ropa del difunto y algún dinerito si había.
Llegaron los cueros, las putas y los travestís de la calle Duarte, perfumadas y maquilladas para su entrada en el combate de algún cabaret vecino o aledaño al barrio. Cuando pasaban por la casa supieron que Manuel Julio había muerto y así con todas sus lentejuelas media pierna afuera y un escote hasta las nalgas, hicieron presencia frente al féretro del difunto, echaron dos lagrimas y salieron dejando el olor a puta de noche y dos o tres lentejuelas que cayeron de sus trajes.
Los nardos y las azucenas empezaron a oler con un olor sofocante y yo a estornudar. El café y las galletitas se pusieron en la mesa de comedor con los pedacitos de queso para los presentes y se fueron mas rápido que ligero.
Poco a poco según iba pasando la noche la gente formaba su grupo y se hacía un jolgorio como un mercado. Los hombres jugando domino y las mujeres murmurando unas de otras. Los parientes se turnaban cerca del muerto. Ya empezaron a espantar las moscas que se le acercaban al difunto
Llego la rezadora una mujer voluptuosa con unas tetas que casi se iba de frente y un pañuelo amarrado en la cabeza. Pidió el retrato del muerto, el agua bendita, la ruda y alguna pieza del muerto para ponerla en la mesa y así poder iniciar los rezos que consistían en rezar el rosario y la letanía para llevar al muerto al cielo.
Llegó Barajita una mujer que decían se había vuelto loca, que andaba por las calles de la ciudad de Santo Domingo deambulante con un montón de bultos y carteras como siempre pintados los labios de rojo y un sombrero con una flor en un lado. Sus brazos no le cabía una pulsera más y en los cinco dedos de cada mano un anillo. En su cuello infinitos collares que le llegaban hasta el ruedo de la falda y las uñas pintadas de rojo. Ellos eran muy amigos, Barajita y el difunto. Por eso, ella se sentó a llorarlo como una hermana y amaneció frente al muerto despidiéndolo con dignidad.
Allí llego también el Maco Pempen un hombre deforme una figura de antaño que deambulaba pidiendo por las calles de la ciudad y parecía un verdadero sapo con las cara llena de pelotas y con los ojos brotados y la boca llena de dientes deformes. Sus manos deformes y sus pies abiertos como un sapo. Por eso el nombre. Las lágrimas le corrían llorando al difunto
Los músicos buscones que tocan en las calles cuando ven grupos de gente tomando en la acera y se paran a tocar para después pasar el sombrero. El perico ripiao pidió permiso para cantarle un merengue al muerto y acompañarlo en su último día en ese mundo. Decía el maestro del grupo, con el debido respeto que me concierne dama y se refería a la madre del difunto la que asintió con la cabeza con un si como no.
Temprano en la mañana estaban allí todavía congregados los amanecidos y el muerto. Gente del barrio más que familiares acompañando la dolida madre y el borracho padre, que dormitaba hipiando en una hamaca en el patio espantándose las moscas sin recordar que en la casa había un velorio. Y ya comenzaba a descomponerse el cadáver ya tuvieron que taparlo porque se estaba poniendo morado y el hielo se había terminado. Se fueron a la fabrica de hielo de Lengua Azul a esperar que abrieran para comprar un bloque de hielo y lo trajeron en una motoneta. Ya eran las ocho y brindaron chocolate y algunas masitas de coco que habían quedado de la noche anterior. Todos los deudos esperaban para el entierro junto con los vecinos y conocidos solidarios que acompañaron aquella noche.
Todos querían cargar al muerto y entrarlo en la carroza que lo llevaría al cementerio. Las flores comenzaron a ponerlas en el carro fúnebre y de pronto se formo un reperpero porque los vecinos querían llevarse las cintas de recordatorio del muerto. Se forma un tira y hala de los vecinos con los deudos por coger las cintas recordatorias, que ellos los vecinos entendían que les correspondía ese derecho por la lealtad de ellos para con el muerto.
Doris Melo
Derechos Reservados.
2009

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